La joven mujer estaba sentada en una de las mesas de la juguería que, como tantas de la ciudad, son una paradita estratégica para aplacar el calor, con agua de coco o jugo de naranja. El bebé lactaba mientras ella lo observaba y se hidrataba. Otras personas tomaban desayuno a esa hora de la mañana en la juguería de Ipanema. La escena no sería diferente a un día cualquiera en la zona sur de Rio de Janeiro, bastión de la clase media, si no fuese por el par de musculosos que luego de ejercitarse en la playa pasaron por ahí a pedir un açaí, energizante natural, favorito de los cariocas. Claramente sus miradas se dirigieron hacia ella…hacia ella, el seno descubierto y su bebé. La chica de la mesa de a lado reparó en esa mirada. Las mujeres sabemos cuando un hombre nos mira con agresividad y con lascivia. La joven no percibió nada, embelesada en su constelación materna, ajena a todo peligro. El bebé seguía alimentándose, la madre hidratándose. Ellos no dejaron de mirarla fijamente. Algunas personas en la juguería se inquietaban, a otras no les importaba. Cuando acabaron el açaí salieron de la juguería. Dos segundos después ellos volvieron con pisada firme, envalentonados gritaron desde la puerta: “Cuando él llegue al poder se acabarán todas esas puterías en público! Vagabunda, perra, todos ustedes van a aprender a respetar”.Y se fueron. Uno de ellos tenía el polo verdeamarillo, que hoy en día es la identificación de los votantes de Bolsonaro, la derecha apropiándose de los símbolos de la nación. Todos quedaron estupefactos y sin reacción por algunos segundos. La vecina de mesa se acercó a la joven madre y la acompañó por algún tiempo mientras se recuperaba del susto. Otros salieron rápido del local. Las dos se miraron con miedo, en silencio miraban al bebé.
Este fue uno de los primeros relatos de amedrentamiento entre ciudadanos del que tuve conocimiento. Ocurrió un par de semanas antes de la primera vuelta electoral, cuando Bolsonaro subía como la espuma en los sondeos de opinión. Desde ahí todos los días nos enteramos, escuchamos, leemos sobre algún tipo de evento de amedrentamiento y confrontación violenta. Brasil es un país con un denso entramado social, el boca a boca fluye entre las interacciones. Tímidamente los relatos fueron visibilizándose en redes, después de haber sido difundidos entre los círculos próximos de familiares y amigos. ¿Qué? ¿Cómo así? ¿Estás hablando en serio? Para algunos eran solo exageraciones. Algo ya era diferente en esta elección.
Él siempre fue muy relajado con su identidad sexual. Nunca estuvo en el clóset, nunca le fue posible ni necesario. Se consideraba un afortunado por no haber pasado los líos que algunos de sus amigos sí. Tampoco tuvo que invertir mucho tiempo, energía o recursos en la vida para hacer valer su condición de homosexual. Estudió y trabajó desde muy joven. Es muy talentoso en su área. Ha circulado entre el mundo fashion de los grandes medios de comunicación, el teatro alternativo cuando se casó con un gran director. En general su mundo ha sido la moda, el arte y la cultura. Salió de Brasilia hace 10 años para instalarse en Rio, buscando abrirse camino. Fácilmente puede ser considerado una encarnación del paradigma meritocrático. Estudió siempre en instituciones públicas. Su familia de clase media y sin mucha educación formal le dio más que apoyo material, cariño y abrigo. Siempre respetaron y apoyaron sus decisiones. Ahora está haciendo un MBA. Lo consideraban el exitoso de la familia. Ahora, como nunca antes, está pasando por el peor momento de su vida familiar. Su madre celebra públicamente declaraciones como “el problema de la dictadura no fue torturar, sino no matar lo suficiente”, “bandido bueno es bandido muerto” o la que se le clava como un puñal en el alma: “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. No voy a responder como un hipócrita ante eso, prefiero que un hijo mío muera en un accidente”. Declaraciones de Bolsonaro, consecuente y sostenidamente emitidas durante los últimos años, reafirmadas desde el inicio de campaña. En un primer momento él trató de hacerla entrar en razón. Desde que ella y su hermana son parte de una iglesia evangélica local, de esas que abundan en el país y se han convertido en un producto de exportación y explotación de incautos a nivel mundial, su vida dio un vuelco terrible. Su cuñado es militante de larga data de esta iglesia. Ahora está afiliado al partido de Bolsonaro, por la alianza con la bancada evangélica del Parlamento Nacional. Por ello, la lucha por la ‘cura gay’, la eliminación de las leyes pro aborto, la persecución a las militantes feministas, la completa erradicación en los textos escolares de ideas favorables al enfoque de género son causa de vida y una cruzada religiosa radical para un sector de la población con bajos niveles de educación formal. Evangélicos militantes de la última ola. Fértil terreno para expandir ideologías reaccionarias que hace 10 años, cuando el progresismo avanzaba, parecían ir extinguiéndose pero que ahora resurgen amparadas en ideologías ultraconservadoras, nacionalistas, armamentistas y de completa oposición al avance de los derechos humanos y de minorías.En su argumentación él le explicó que si apoyaba a Bolsonaro, estaría apoyando que él fuese discriminado, repudiado de grupos sociales, trabajo e incluso agredido en las calles, como vociferaban en promesa de campaña los candidatos de ese partido, según consta en videos registrados en periferias de las principales ciudades. Ella le dijo que tal vez ese sea el camino para su conversión. Que ahora ella sabía que unos golpes lo curarían y le quitarían el demonio del cuerpo. Sin palabras. Shock y silencio. ¿Quién es esta persona? ¿Dónde está mi madre? Me dijo al teléfono llorando. A esa mujer él no la conoce, no es más la madre que lo crió. Ahora él no tiene más familia. Y está destrozado emocionalmente. Sigue trabajando mucho, para no pensar, dice, pero está sufriendo. Ha vuelto a hacer ejercicios, quiere prepararse para poder defenderse en la calle de los grupos homofóbicos, cada vez más evidentemente envalentonados por el discurso ultraconservador. Está tratando de hacer una red de ayuda entre sus amigos en caso de emergencia. Solo espera que no tengan armas, porque Bolsonaro quiere armar a los ciudadanos para que la gente de bien pueda eliminar a los ‘indeseables’ y las minorías se sometan a las mayorías que comandan el país, según sus propuestas de gobierno nacionalista.
La negación, la facilidad para hacerse el loco, evitar las dificultades que trae la confrontación con la verdad, es un rasgo predominante de la sociedad carioca. Por eso ante estos eventos, como en los otros iniciales, la incredulidad era esperable. La reconocida amabilidad y gentileza de los brasileños, especialmente los habitantes de Rio, la cordialidad, tal vez hayan disfrazado la incomodidad que muchos sentían frente a los cambios en patrones de comportamiento y subjetividades. Y ahora sale a gritos y golpes, legitimados por el discurso de odio, disfrazado de decencia y virtud, que el líder en ascenso pregona.
Salí de casa rumbo a clases, como cualquier tarde de entre semana. Un grupo inusual de personas iba formando una larga fila que entraba en la casa vecina. La mayoría comentaba que iría a la marcha del día siguiente. Pregunté de qué se trataba. Mis vecinas son un par de artistas gráficas, chilena y argentina, que saben lo que es la represión de una dictadura. Los extranjeros estamos prohibidos de manifestarnos políticamente en Brasil. Leyes migratorias instauradas en el gobierno militar. Yo no puedo gritar, pero puedo escribir. Ellas pueden ayudar con su arte a que más personas manifiesten su posición. Así que decidieron, gratuitamente, diseñar un logo para ser estampado con #Ele Não y estamparlo en la camiseta que cada persona llevase al taller. La fila llegaba hasta la esquina. Fue así por tres tardes. Y desde la primera escuchamos gritos e insultos, siempre voces masculinas que pasaban a alta velocidad en carro, o desde el bar de mala muerte de la esquina, contra las personas en la fila, mujeres mayoritariamente. La fila no respondió nunca a las provocaciones. Ojalá hubiera quedado en gritos.
Sucedió en Salvador de Bahía, en el centro de la ciudad. Un conocido maestro de capoeira de 62 años fue asesinado a cuchillazos por un partidario de Bolsonaro en la noche del domingo de elecciones. Según los testigos, el hombre gritaba arengas a favor del exmilitar, incomodando a los presentes a lo que el maestro de capoeira, practicante de candomblé, religión afrobrasileña, le refutó en calma que en ese lugar la mayoría votaba por el PT y que debía respetar el local. Recibió 12 cuchilladas en el tronco y espalda. El hermano de la víctima que intentó defenderlo también fue acuchillado pero sobrevivió luego de cirugías complejas. El asesino fue capturado cuando trataba de huir. En el expediente policial se señala: ‘crimen posterior a discusión política sobre el resultado de las elecciones’.
Al día siguiente, sucedió en Porto Alegre, sur de Brasil. Una estudiante de 19 años fue abordada por tres hombres en la calle mientras caminaba de retorno a su casa. Ellos la identificaron como opositora a Bolsonaro por su camiseta con el logo #Ele Não, distintivo del movimiento de mujeres a nivel nacional. Ellos la golpearon e inmovilizaron, con una cuchilla le rayaron una esvástica en la barriga. Ella no ha querido ser identificada por miedo a represalias. Finalmente ellos saben dónde vive y por dónde circula. Según consta en el expediente policial, pasó por los exámenes médicos y comenzó a recibir tratamiento, calmantes para el shock nervioso derivado del ataque. Aquí me detengo por un minuto y dejo de lado la objetividad. Pienso en el momento de vida de esta chica estudiante, que como mi hijo, está preparándose para el examen nacional de calificación para las universidades. Un momento crítico para la vida de los jóvenes que pretenden tener formación profesional en el Brasil, pruebas con altísimo grado de dificultad que exigen absoluta concentración, dedicación y disciplina de horas de estudio. La preparación dura meses, a veces un año o algo más. Pienso en la novel militancia feminista de mi hijastra adolescente que ya manifiesta junto a sus amigas de colegio rebeldía frente a la opresión de las libertades. Pienso en mi propia militancia juvenil en Lima, organizando las marchas frente a la dictadura, solo que eso fue hace más de 20 años. Y esa sensación tan clara de déjà vu. Tengo que explorar más esa sensación...Vuelvo a pensar en la chica de Porto Alegre. Pienso en su madre, en la rabia que debe haber sentido, que debe sentir. En la constatación de que el odio tocó el cuerpo de su hija y que aún puede ser peor. Pienso en el trauma, en la dificultad para volver a la estabilidad emocional que necesita para continuar. Ojalá no pierda un año de su vida por este acto cobarde.
Diversas asociaciones de psicoanalistas, psicólogos y psicoterapeutas han levantado la voz para denunciar la explosión de ataques de diversos tipos dirigidos hacia mujeres, feministas, población LGTB, negros, indios, miembros de religiones afrobrasileñas, etc. que se han multiplicado exponencialmente desde el primer turno electoral. Todos identificables como parte de las minorías que Bolsonaro exhorta a someter, eliminar, torturar, etc. Los niveles de miedo, insomnio, paranoia y relatos de odio que se ha instalado en sus divanes y consultorios no tienen precedente. En diversos manifiestos, artículos, entrevistas y cuanto medio de comunicación les dé cobertura, los profesionales de salud mental repudian el rumbo tomado en la política nacional de apología a la violencia y especifican que lo que el país está viviendo es incompatible con el desarrollo de la plena ciudadanía y constituye una escalada fascista en la política.
Este escenario era impensable hace algunos meses a pesar de las grandes divergencias partidarias y la crisis económica y política por la que atraviesa el país desde los grandes destapes de la corrupción gubernamental. Ya no se trata solo de diferencias políticas. El tejido social se está resquebrajando a niveles preocupantes. Las rupturas de los vínculos afectivos, a varios niveles -familiares, laborales, amicales- están afectando a los individuos. No es normal que esto ocurra en una contienda electoral en democracia. La libertad, la identidad y el derecho a ser y vivir están amenazados en este Brasil del 2018, que es aún uno de los países de la región con mayores avances en relación con los derechos de las minorías. Hoy, más que nunca aquí lo personal es político.
Foto abridora: thetruthaboutgun